miércoles, 6 de agosto de 2008

Vecinos: Invasión e intimidad

1.
Vecino, vecino… vecino es aquello que está próximo, cercano. Pero si quiero ir más allá de una definición cristalizada, descubro que cada imagen que me genera la palabra “vecino” tiene inscripto el fantasma de la invasión. Basta reparar en las crueles políticas anti-inmigratorias de algunos países poderosos o en la discriminación que sufren quienes se ven obligados a cruzar las fronteras, para tener una idea contundente del fantasma. Claro que la invasión aparece también en situaciones más superficiales, como es el caso de la clásica queja por ruidos molestos que existe entre vecinos. Recuerdo una anécdota que me contó un amigo: parece ser que Abelardo Castillo una vez denunció a su vecino por ruidos molestos. Gran sorpresa se llevó la Policía al descubrir que el acusado era un niño de 6 años que entre las 4 y las 6 de la tarde practicaba sus lecciones de piano y eso perturbaba el sueño del escritor noctámbulo. Yo, por mi parte, la primera vez que me fui a vivir sola, seguí el proceso de separación de la pareja que vivía en el departamento de al lado. Fui una testigo privilegiada, gracias a la proximidad de nuestras viviendas, de los gritos e insultos que con tanta pasión se prodigaban. Claro que en ningún momento se me ocurrió denunciarlos porque 1) siempre preferí mantenerme lo más alejada posible de la Policía y 2) compensaban el fastidio que generaban sus gritos, con excelentes repertorios de brit-pop.

Ahora bien, si nos situamos en el campo de la literatura, el cine o el teatro, y consideramos que el alimento principal de la ficción no son los temas que trata, sino los fantasmas que los rodean, podemos comprender por qué no nos resultan ridículas esas historias acerca de vecinos que terminan matándose por cuestiones que en primera instancia parecen insignificantes: las insignificancias son, ante todo, los cuerpos de los que la ficción se vale para hacer surgir al espectro: la temida invasión.

2.
Sabemos que vecino es aquello que está próximo, pero esta proximidad tiene un carácter doble, el de adverbio y también el de verbo: lo vecino está “próximo”, y al mismo tiempo “aproxima”, ¿y qué aproxima?, lo desconocido.
Pienso que, tal vez, esa particular dialéctica entre lo desconocido y lo próximo, sea lo que delinee los bordes de la intimidad. Hay una novela de Norah Lange, Personas en la sala, que muestra de manera maravillosa esta cuestión. Es la historia de una adolescente que, a través de la ventana de su sala, descubre tres rostros (los de las jóvenes mujeres que viven en la casa de enfrente). A partir de ese momento, su vida girará alrededor de la observación de estas mujeres, y lo desconocido, concentrado en esos rostros, será lo que finamente desencadene en la adolescente sus conflictos más profundos. Asimismo, recuerdo una anécdota que contó Geraldine Chaplin acerca de su padre: en Suiza (¿o era en otro lugar?, eso sí no lo recuerdo) los Chaplin tenían un vecino francés que no hablaba ni una sola palabra de inglés. Charles, por su parte, no hablaba ni una sola palabra de francés. Sin embargo, eso no impedía que ambos pasasen horas y horas conversando sentados en un banco que estaba ubicado justo enfrente de sus casas (vivían uno al lado del otro) ¿De qué hablaban? Nunca nadie lo supo. Seguramente, imagino, de las cosas más íntimas.
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(Publicado en la revista venezolana de arte y literatura "Plátano Verde" (http://www.platanoverde.com/, 2006)

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